6/8/09

Santiago de Compostela o la humedad de las reliquias


Cuando llegamos a una gran urbe como Nueva York nos sentimos neoyorquinos de inmediato. Al bajar del taxi nos tropezamos con el vendedor de cacahuates tostados y alguna de nuestras neuronas cinéfilas identifica ese olor tosti-dulce. Al fin y al cabo todos llevamos un neoyorquino dentro. Santiago de Compostela es una ciudad que se va interiorizando de a poco, de la misma forma que la humedad se penetra en los huesos de las estatuas de granito y el moho se escurre por las paredes del románico. Nuestras máscaras se desfiguran al igual que los rostros de esas estatuas, van perdiendo la nariz esnob, luego la mirada prejuiciosa y terminamos pareciéndonos a una de las imágenes ubicuas de Santiago apóstol. Nos quitamos el sombrero para lavarnos la cara en cualquiera de sus fuentes y quedamos tal como somos: flacos, rechonchitos, con el pelo rizado, con la piel tostada y la nariz chata. Al recorrer sus calles recobramos fuerza ya sea con una taza de chocolate o con una queimada; reforzamos ante todo la noción de ayudar al prójimo, de ayudar a la señora mayor a bajar el carrito de la compra escaleras abajo, de indicarle al peregrino o inclusive acompañarle al sitio que andaba buscando. Santiago es una ciudad sobria y serena que se presta a la meditación, es como un filtro Brita para la purificación del alma. Es muy probable encontrarse con gente tan amable que se le olvida al visitante que existe el mal o, por sonar menos cursi, las malas intenciones. La musicalidad de la lengua gallega termina por bajarnos la guardia, la armadura urbanita se descascara y nos permite respirar el frescor verde de la higuera. Al principio le preguntaba a Nieves por qué la Xunta de Galicia no iniciaba una campaña para quitar el moho de las estatuas y las paredes, a lo que me respondió que sería algo inútil por la humedad perenne del frente Atlántico. Eso es precisamente Santiago, una ciudad que se te mete en los huesos con tal intensidad que el escalofrío te baja por la médula espinal, es quizá por eso que los gallegos ofrecen tanto calor humano.